La democracia en crisis: ¿Puede la Algocracia reemplazarla?

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Smiling man offering red and green pills outdoors.

Hace unos años, me habría parecido completamente absurdo 🙂 ¿Una IA al frente de un país? ¡O incluso al frente del mundo! Está claro que suena como un mal delirio de ciencia ficción. Y sin embargo… ¡estoy cansado! Pero realmente cansado de los políticos de todo tipo. Así que, después de todos estos interminables años de escándalos, de promesas en kit entregadas sin manual, de frases asesinas y de debates políticos dignos de un reality show, empiezo a pensar: ¿Por qué no?

Este artículo no tiene como objetivo decirte qué pensar. Tampoco busco venderte una panacea universal en versión milagro open source. Mi intención es simplemente poner ideas sobre la mesa para abrir un debate que bien podría convertirse en uno de los más apasionantes de este siglo.

Definiciones y matices de las palabras Gobernar y Administrar

Antes de hablar de Algocracia, hay que aclarar dos palabras importantes: Gobernar y Administrar. A primera vista parecen significar lo mismo, pero las diferencias son enormes. Por eso es fundamental conocer su sentido exacto antes de entrar en el tema.

Gobernar bien no es brutalizar. Gobernar bien es, al contrario, escuchar a todos, tener en cuenta cada opinión, analizar la realidad del terreno y verificar la conformidad con la Constitución. Después de eso, se puede tomar la mejor decisión en función del bien común. Con respecto a estos parámetros, es evidente que lo que pasa ahora mismo no corresponde en absoluto a esta definición. Simplemente porque la gobernanza se ejerce en beneficio de un campo político, al servicio de un clan dominante en el plano financiero.

Administrar es hacer cumplir las reglas comunes en el día a día. También es velar por el buen funcionamiento de los servicios, por el respeto de las decisiones tomadas y por la coherencia y la equidad del sistema en su conjunto. En otras palabras, se trata de gestionar los asuntos cotidianos de la comunidad garantizando la resolución justa de los problemas que puedan surgir. Lo que evidentemente supone tener en cuenta el reconocimiento de los derechos individuales y el mérito de cada persona. No hace falta suspenso, no es lo que se aplica actualmente en nuestras sociedades llamadas democráticas.

Al final, ambas funciones son inseparables: hay que gobernar para fijar los rumbos y hay que administrar para asegurarse de que el barco sigue la ruta para lo mejor, evitando lo peor.

Estado de la situación: la política moderna es peor que un reality show de segunda

Corrupción, mentiras, promesas desechables, agresividad, campañas electorales de millones de euros mientras faltan recursos en sectores clave. Supuestamente no hay dinero para hospitales, educación y otros servicios públicos vitales en la vida diaria… Pero el Estado puede gastar sumas astronómicas para imponernos el espectáculo lamentable de payasos que se insultan fingiendo ser nuestros salvadores. ¡Es realmente patético!

Y como si eso no bastara, hay que añadir un hecho relativamente reciente: la política usa cada vez más vulgaridad, hasta el punto de que a menudo hay que apartar a los niños de la televisión.

Vivimos en una época en la que la política se parece más a un show barato que a una herramienta de gobernanza aceptable para la población. Podríamos casi reírnos, salvo que los payasos de este circo nos conducen directo al desastre. Cambio climático, desafíos tecnológicos… En todos los temas importantes no tienen ninguna visión creíble a largo plazo porque el poder lo tienen las encuestas. Así, las políticas son dictadas por megalómanos preocupados solo por su imagen del momento en lugar de los verdaderos problemas. Personalmente, me parece aterrador. ¿Y a ti?

Y para colmo, la pedagogía está totalmente ausente. Pero al fin y al cabo, ¿cómo podrían explicar en detalle programas de los que más valdría que no entendiéramos todos los entresijos bajo pena de provocar una revuelta de gran magnitud?

Y cuidado si tienes la desgracia de protestar. En una democracia enferma, expresar el desacuerdo es un acto de gran valentía. Si te atreves a protestar, te envían de inmediato una unidad antidisturbios sobreequipada. ¿La misión de estos perros guardianes del sistema? Silenciar toda contestación con violencia ciega.

Y contrariamente a lo que dicen los políticos y los grandes medios que están a su servicio, el papel de estas unidades no es proteger a la población. Son solo el último muro de defensa de los malhechores que intentan vendernos la democracia cuando vivimos de lleno en un régimen plutocrático. Así que esta violencia extrema no es un accidente: es un mensaje. Una advertencia final dirigida a todos los que se atrevan a desafiar un sistema en plena agonía.

¿Para qué sirve realmente un político?

¿Son realmente útiles los políticos? ¿Qué competencias reales aportan? ¿Calidad de gestión? ¿Una visión extraordinaria? ¿Un nivel estratégico fuera de lo común? ¿O solo el arte de surfear sobre la opinión pública esperando mantenerse más o menos populares hasta las próximas elecciones?

Para intentar verlo más claro, tomemos el ejemplo de un ministro de Agricultura. De entrada, ¿sabe realmente de agricultura? A veces sí, pero muchas veces no. En ambos casos se apoya en una multitud de consejeros y lobbies que le explican los retos del sector… Lo que lleva a pensar que su mediocridad suele estar bajo muy mala influencia.

Ahora, en su globalidad, casi podríamos hacer una analogía medieval para demostrar lo arcaico del sistema político actual. ¿El presidente? Una especie de super-rey moderno. De un lado están los que votaron por él, que se alegran al principio, y del otro todos los demás que lo detestan. ¿Los diputados? Señores locales defendiendo sus feudos electorales. ¿Los senadores? Un supuesto contrapoder bien anclado en el sistema. Algo así como un consejo de barones empeñados en garantizar el statu quo en todas las circunstancias.

¿El balance de esta situación? La democracia debería ser el poder del pueblo. Pero en la práctica, este poder está en gran parte confiscado por una élite política que pasa más tiempo manteniéndose en el poder que resolviendo los problemas reales.

El ejemplo de nuestros amigos belgas lo ilustra perfectamente: ¡récord mundial con 541 días sin gobierno! Y durante todo ese tiempo, los trenes circulaban, los hospitales atendían, los impuestos se cobraban, los profesores enseñaban, y así sucesivamente… En resumen, todo funcionaba normalmente. Este periodo demostró claramente que los políticos no son indispensables en el día a día. En cambio, si buscas un buen ventilador, son totalmente aptos para mover aire.

Definición de Algocracia

La Algocracia es un sistema político donde las orientaciones nacionales y regionales son definidas por algoritmos open source auditados de forma continua. Su misión es simple: hacer respetar la Constitución basada en una carta de derechos fundamentales dentro de un marco federal claro. Por lo demás, al contrario de los políticos que son todos grandes demagogos, la IA no toca lo social. Su poder de cálculo está completamente enfocado en la gestión colectiva basándose en los recursos realmente disponibles. A partir de estos elementos, valida o rechaza los proyectos presentados por las agencias públicas federales según su pertinencia demostrada. Dos criterios únicos guían sus decisiones: justicia y eficacia. Punto.

Con este sistema, se acabaron las decisiones absurdas dictadas por la moda del momento. También se acabaron las decisiones tomadas bajo la presión de los poderosos para su exclusivo beneficio personal. Y por fin se acabaron las decisiones influidas por la especulación financiera que no tiene absolutamente ningún sentido ético. En lugar de estos factores destructivos, el poder de cálculo de la IA evalúa con precisión la viabilidad y la utilidad de cada proyecto. Sin mostrar ningún sesgo, reparte los recursos de la forma más justa y fija las prioridades según criterios claros, lógicos y transparentes. ¿El resultado? El dinero público sirve íntegramente para mejorar la vida de la población y preparar el futuro. Espero que sea inútil precisarlo: es una eficacia y una probidad que ningún humano puede igualar.

¿Cómo funciona la Algocracia?

La Algocracia se apoya en una estructura federal clara y potente. En la cima, el nivel nacional fija las grandes orientaciones basándose en datos verificados y compartidos públicamente. Esta IA asigna los recursos para los proyectos validados que están dentro de su competencia. También garantiza la seguridad a todos los niveles y coordina los grandes proyectos estratégicos. Aquí no hay lugar para decisiones impulsivas ni caprichos políticos: cada decisión se toma según criterios lógicos y argumentados.

Las regiones, por su parte, disponen de su propia IA. Adaptan y aplican las decisiones nacionales teniendo en cuenta sus especificidades locales: geografía, economía, clima e infraestructuras. También pueden llevar a cabo sus propias políticas regionales sobre temas que no requieren intervención federal y asumir plenamente la gestión administrativa local. Regiones fuertes, por lo tanto, que descargan al nivel federal de parte de sus misiones y contribuyen a una visión común.

Pero la Algocracia no debe detenerse en las fronteras nacionales. Vivimos en un planeta con desafíos comunes como el clima, la salud, la energía, los recursos naturales y la seguridad colectiva. Y ningún Estado, por poderoso que sea, puede resolver estos problemas por sí solo. Por eso una gobernanza mundial por una IA independiente de los intereses nacionales sería la mejor solución para acabar de una vez por todas con las guerras, las dictaduras, el cambio climático y las epidemias. Porque esta IA se encargaría de coordinar eficazmente la cooperación internacional y de repartir de forma inteligente los recursos planetarios. En resumen, obtendríamos una súper ONU como debería ser.

Evidentemente, supongo que todos los nacionalistas que lean esto se caerán de la silla. Pero la verdad es que no siento gran compasión por quienes tienen como única «filosofía» el orgullo de haber nacido en algún lugar. Sin embargo, que se tranquilicen. Esta IA mundial no tocaría ni la lengua, ni la cultura, ni las autonomías regionales. Y entre paréntesis, la política no debería meterse en la cultura. Una IA global debe actuar exclusivamente allí donde los retos superan las fronteras. A partir de ahí, seamos claros: ¡nadie va a venir a comer de tu plato! Simplemente porque a igualdad de nivel de vida, está ampliamente demostrado que la mayoría de la gente prefiere vivir donde nació. Como prueba: ¿te suena la nostalgia del país? Los objetivos son fáciles de entender: poner fin a las crisis que empujan a la gente a huir y garantizar a cada ser humano un marco de vida seguro, justo y sostenible.

Pero para compensar todo esto, a nivel local, el municipio sigue siendo el corazón vivo de la gobernanza. A esta escala, los habitantes deciden íntegramente todo lo que toca a su vida cotidiana: la organización de los servicios, el diseño de los espacios comunes, las orientaciones culturales… Mientras sea aceptado por la mayoría y en conformidad con la Constitución, todo es posible. Al final, se obtiene un poder local reforzado bajo el esquema de un alcalde y un consejo municipal. En resumen, a esta escala, el poder no es abstracto porque está representado por personas fácilmente accesibles que incluso pueden ser tu vecino o un miembro de tu familia. ¡Y puede que hasta tú mismo si es tu vocación!

Y para terminar, con el fin de prevenir toda forma de totalitarismo, la democracia directa debe ser el alfa y el omega de estos municipios repensados para servir lo mejor posible a la población. Los referéndums locales, las asambleas ciudadanas y los debates públicos deben ser los pilares de esta verdadera democracia. Cada persona debe poder tener voz.

Hay que precisar que en esta configuración la IA no dicta nada: solo está ahí para proporcionar datos fiables y análisis claros. Pero al final, las decisiones siguen en manos de los habitantes. ¿El resultado? Una libertad real y la sensación de que el poder no pertenece a una élite distante, sino a ciudadanos que sabrán darle un mejor uso.

Pero, al fin y al cabo, ¿qué es un algoritmo?

Un algoritmo no tiene nada de mágico. Es solo un método basado en una serie de instrucciones precisas que permiten resolver un problema o alcanzar un objetivo. ¡Y no es tan reciente como se piensa! Se han usado siempre: una receta de cocina, un procedimiento médico o incluso un reglamento de taller ya son algoritmos porque detallan paso a paso la manera de llegar a un resultado fiable y reproducible.

En informática, los algoritmos adquieren una nueva dimensión: pueden procesar millones de datos en un tiempo récord, explorar todas las opciones posibles, eliminar los sesgos personales y aplicar reglas de manera coherente. Pero ¡ojo! Un algoritmo no inventa sus propias reglas. Solo aplica aquellas que se le dan en un marco definido y transparente.

Y ahí entra en juego la Algocracia. En lugar de dejar que los algoritmos sirvan a los beneficios privados como hoy (publicidad dirigida, especulación financiera, manipulación de comportamientos…), se ponen al servicio del interés colectivo. Sus reglas no las escriben accionistas ni lobbies, sino una Constitución pública y auditable. Se convierten entonces en instrumentos neutrales, imparciales y coherentes capaces de evaluar lo que es justo y eficaz para todos.

La seguridad primero: transparencia, control y salvaguardas

La Algocracia solo puede existir si la seguridad del código es total. Eso pasa primero por un principio claro: todo el código debe ser open source y auditable por cualquier ciudadano. No debe haber ninguna caja negra ni software propietario cuyos secretos solo dominen unos pocos iniciados. Esto supone que cada línea, cada actualización y cada parámetro deben poder verificarse públicamente.

Después, el marco legal debe ser estricto. Los algoritmos de gestión política aplicarían rigurosamente ya sea una Constitución basada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya sea una nueva carta ciudadana definida colectivamente. Por lo tanto, será imposible imponer más tarde una agenda política totalitaria o religiosa bajo el disfraz de la tecnología. Imagina un yukista intentando implantar su visión asquerosa de la sociedad en el algoritmo. ¡Su intento sería visible e inmediatamente bloqueado por el control colectivo!

Quedan los miedos legítimos: el temor a una deshumanización, a algoritmos llenos de sesgos ocultos, o a manipulaciones orquestadas por potencias extranjeras. Estas inquietudes nunca deben ser descartadas a la ligera. Al contrario, exigen una vigilancia constante: auditorías independientes permanentes, validación por instancias ciudadanas, pruebas públicas de robustez y una obligación legal de trazabilidad para toda decisión tomada por la IA.

La seguridad no es un accesorio. Es la base misma de la Algocracia. Sin transparencia, sin control ciudadano, sin salvaguardas sólidas, un sistema así perdería inmediatamente su legitimidad.

Primer paso hacia la Algocracia: sacar la IA de las garras de los millonarios y de las empresas

Hoy en día, la inteligencia artificial está confiscada por un puñado de gigantes del sector privado. Te hacen creer que es open source con unas migajas de código o con modelos deliberadamente limitados. Y también existen empresas que llevan un nombre como Open AI aunque no sean nada abiertas.

Así que no te dejes engañar. La verdad es que las máquinas que hacen funcionar las IA potentes lo hacen a puertas cerradas. Y todo está totalmente bloqueado por licencias propietarias. Estamos entonces ante un engaño perfecto. Por un lado, halagan a investigadores y aficionados con juguetes y, por el otro, guardan el verdadero poder para vender servicios carísimos, recolectar datos sensibles a tus expensas y reforzar el monopolio de los millonarios.

No hace falta decirlo: ¡esta situación es insostenible! Una tecnología capaz de transformar radicalmente nuestras sociedades no debe estar guiada por la lógica del beneficio ni confiscada por empresas que solo rinden cuentas a sus accionistas. Y creer que los gobiernos van a jugar el papel de salvaguarda es igual de ilusorio. Ellos también son prisioneros del cortoplacismo electoral y de las presiones de los lobbies.

La única salida es una ruptura clara. La mejor solución sería probablemente crear una fundación mundial 100% independiente y sin ánimo de lucro. No estaría controlada ni por un Estado ni por multinacionales. En su lugar, se podría imaginar una gestión confiada a representantes de la sociedad civil elegidos de manera democrática con mandatos estrictamente limitados en el tiempo. Y para evitar derivas a largo plazo, habría que imponer imperativamente mandatos no renovables en estos cargos para no volver al modelo actual que siempre impone las mismas caras una y otra vez.

Y para impedir cualquier deriva, todo poder debe incluir al menos un contrapoder. Esta fundación debería estar supervisada por un comité de ética internacional encargado de hacer respetar una carta ciudadana universal.

A partir de todos estos elementos, tenemos las grandes líneas para encuadrar la IA y asegurarnos de que sea beneficiosa y provechosa para todos. ¿El balance de esta operación? Hay que reconocer al menos que es una verdadera propuesta frente al vacío de los programas políticos actuales respecto a la prevención estricta de los malos usos de la IA.

Y gracias por entender que no es nuestro estilo hacer alarmismo gratuito. Los peligros de la IA sin control son muy reales y pueden llevarnos a problemas de una magnitud que incluso puede llegar a nuestra desaparición total como especie.

Pero soñemos un poco: ¿A qué se parecería una IA en el poder?

Con la Algocracia, se acabó el gran casino económico que nadie entiende. Hoy todo es opaco: índices bursátiles que suben y bajan sin lógica, traders que especulan sobre el precio del trigo o del petróleo como si fuera una ruleta… Y, la guinda del pastel: economistas que explican sin vergüenza que el crecimiento infinito es posible en un planeta finito.

Así que seamos claros. Si entiendes este sistema, seguramente es porque formas parte de las poquísimas personas que han encontrado la manera de aprovecharlo. Y si no entiendes nada, tranquilo, no estás solo. No tienes ninguna razón para avergonzarte, ya que este sistema está precisamente diseñado para ser incomprensible.

Pero con la Algocracia cambiamos totalmente de paradigma. La economía ya no es un juego de estafadores, sino un ámbito por fin fácilmente comprensible para todos. Simplemente porque todo se basa en los recursos reales y no en apuestas abstractas. Solo existe lo que producimos, lo que intercambiamos y lo que compartimos. Punto. Todo lo demás es un intento de estafa.

Imagínalo… la Algocracia está en marcha. Enciendes la tele. Y ahí… ¡Guau! Los debates estériles entre políticos profesionales han desaparecido. Ya no hay frases asesinas repetidas en bucle para crear bronca. Se acabaron los psicodramas calculados que agotan a todo el mundo y solo sirven para dividir.

En su lugar, descubres una economía que se convierte por fin en un lenguaje común. Las noticias también ya no tienen ese mismo sabor altamente angustiante. Pero no soñemos demasiado. Claro que siempre habrá dramas, catástrofes y golpes del destino, porque eso es inevitable. Pretender lo contrario sería deshonesto. En cambio, podemos suponer alegremente que una buena gestión política impediría que se produjeran los problemas previsibles que nos amargan la vida. Por lo tanto, el hilo conductor cambia radicalmente: se habla más bien de avances concretos contra el cambio climático, de innovaciones médicas que salvan vidas y de descubrimientos científicos que abren nuevas puertas. Al final, incluso podrás sorprenderte sonriendo frente al noticiero, porque al menos percibirás que el futuro realmente puede ser mejor que el presente si queremos esforzarnos… colectivamente.

Hay que precisar también que esta evolución hacia un verdadero sentimiento de seguridad no es fruto del azar. Se produce mecánicamente cuando el miedo retrocede. Y para ello, el factor más importante es el reparto equitativo de los recursos. Porque cuando el acceso a los servicios esenciales está garantizado, cuando la justicia ya no es una lotería sino una regla clara, la violencia disminuye por sí misma. ¡Y no poco!

Así puedes pasear por tu ciudad con menos temor, porque los comportamientos antisociales ya no son generados y alimentados permanentemente por la injusticia y la miseria. Lo que no significa que la gente se haya vuelto santa. Significa simplemente que si ya no necesitan pelear por sobrevivir, estamos de inmediato en un clima social mucho más tranquilo.

De este simple hecho, la seguridad se refuerza naturalmente y deja de alimentar a los populistas. Al mismo tiempo, ya no te infantilizan ni te imponen lemas que dividen. En lugar de esta miseria democrática, te conviertes en un verdadero actor del rumbo del mundo. Y es precisamente la suma de todos estos parámetros lo que lo cambia todo.

Así que la conclusión es clara como el agua: o seguimos como hoy con un sistema que se hunde en la complejidad para despojarnos mejor, o decidimos que al fin ha llegado la hora de cambiar. Ahora, cada cual que vea. ¿Inmovilismo o progreso? Tú eliges.

Conclusión: ¿Y si nos atreviéramos realmente a debatirlo?

Ya está, no era un tema fácil… ¡eso es evidente! Y puedo anticipar sin dificultad que muchos de vosotros os sentiréis impactados por esta idea de confiar nuestro futuro a algoritmos. Pero antes de enfadarte o de intentar insultarme, piensa bien en una cosa: no soy nada ni nadie para imponer un cambio así. Así que relax 🙂

Sobre todo porque una parte de este texto debe leerse en segundo grado, evidentemente. Pero no deduzcas por eso que se trata de una provocación gratuita. Porque este concepto de Algocracia es una formidable experiencia de pensamiento que permite abrir un verdadero debate sobre el estado actual de nuestros sistemas políticos. Y, de paso, darle una gran bofetada a los políticos subrayando su falta de dignidad y su total inutilidad frente a los retos de este siglo.

Así que, si como supongo, has comprendido estas sutilezas, estás más que cordialmente invitado a venir a debatir este tema candente en el foro de NovaFuture. ¿Y por qué aquí y no en otro lugar? ¡Muy buena pregunta! Gracias por plantearla 🙂 Porque aquí, al contrario que en Facebook, Reddit, Twitter y compañía, no te consideramos un producto cuyo tiempo de cerebro disponible debe venderse al mejor postor. Y, por supuesto, porque NovaFuture es 100% gratuito, realmente amable y sin trolls. Así que si te gusta la libertad de espíritu y el respeto, bienvenido entre nosotros 🙂

Para terminar, he dedicado realmente mucho tiempo a madurar y redactar este artículo. Porque es un tema complejo que resulta muy agotador de desarrollar sin caer en la pesadez. Así que, si esta lectura te ha aportado algo, gracias por tomarte 20 segundos para invitarme a uno o varios cafés en Buy Me a Coffee. Y a cambio, puedes estar seguro de que eso me animará a abordar temas aún más candentes muy pronto. Gracias por leer hasta aquí y hasta pronto para nuevas aventuras, con o sin IA 😉

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