Capitalismo para principiantes : el Monopoly revela la estafa !

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Monopoly figure holds chainsaw, parody art

Tablero volcado, vino derramado, amistades rotas : el lado oscuro del Monopoly

María y Juan invitan a cenar a sus amigos Lisa y David. Lasaña. Buen vino. Ambiente relajado.

— ¿Jugamos a algo?
— Venga, va.
— ¿Y si sacamos el Monopoly?

20:45 – El tablero sale a la mesa.

— ¡Yo soy el perro!
— Yo me pido el coche.
— Juan se queda el sombrero de copa. Cómo no.
— Normal. Alguien tiene que hacer de jefe.

Primeros lanzamientos de dados. Risas. Compras. Juan se queda con todas las estaciones. Lisa ahorra. David construye rápido. María no dice mucho, pero se queda con las mejores propiedades.

21:15 – La cosa empieza a torcerse.

— ¿En serio? ¿Otra vez en esa casilla?
— Así es. 950 €.
— ¡Me estás vacilando!
— No odies al jugador…

— Juan, no pagaste el alquiler.
— Sí que lo hice.
— Que no.
— Demuéstralo.

María empieza a apilar hoteles. Lisa hipoteca su tercera propiedad. David sólo tiene dos billetes y media cerveza.

21:30 – Bienvenido al infierno.

— ¿Estamos de acuerdo en que este juego está trucado?
— Lo que pasa es que eres un manta.
— Genial. Qué nivel de madurez, de verdad.

María sonríe.
— Haber invertido, en vez de ir de picnic por el tablero…

Lisa salta.
— Hablas igual que mi jefe.
María responde.
— Y tú igual que los que creen que una vela aromática es una inversión rentable.

David estalla.
— María, presumes con dinero falso, pero en la vida real no puedes comprarte neumáticos sin llamar a tu madre.
María, con sonrisa afilada.
— Al menos no voy de anticapitalista conduciendo un Tesla de renting mientras cito a Marx en el brunch.

Juan suspira.
— Ya está. Lo tenemos.

21:45 – Explosión.

— Lisa, ¡siempre haces lo mismo!
— ¿Ah, sí? ¡Pues tú SIEMPRE haces trampas, Juan! ¡Incluso en el Uno!
— Por lo menos yo no lloro cada vez que pierdo.
— Y yo no finjo “errores del banco” para ganar en la vida, ¡bandera roja con patas!

David:
— Madre mía… esto parece terapia grupal con aperitivos.
María:
— Cállate, David. Estás rabioso desde que me quedé con el Paseo del Prado.
David:
— Que compraste con pasta del Monopoly. Igual que tu “negocio de Etsy”.

22:00 – Lisa se levanta con un tic en el ojo.

— ¡Estoy HARTA!
— Lisa, por favor…
— ¡VOY A VOLCAR ESTA MIERDA DE TABLERO!

¡¡¡BOOOOM!!!

El tablero sale volando como si alguien le hubiera metido un gancho al hígado a la economía. Las casitas de plástico cruzan el salón. Los dados desaparecen debajo del sofá. Los billetes del Monopoly flotan en el aire. Un billete de 100 € le da a Juan en plena cara. El vino se derrama sobre el tablero, empapa la casilla de “Parking gratuito”, gotea por el borde y mancha el mantel bonito de María. Un hotelito rojo atraviesa el aire y acaba aterrizando en medio de la lasaña. En resumen : caos total.

— ¡Joder! ¡Me ha dado algo en toda la cara!
— Pues ahora sabes lo que se siente al pagar alquiler.

Silencio…

Los cuatro adultos se quedan de piedra en medio del desastre. Una carta de “Vas a la cárcel” cae lentamente sobre la lasaña. Nadie se mueve. Nadie dice nada.

Miran a su alrededor. Billetes falsos por todas partes. Un zapato en el pasillo. El peón del perrito ha desaparecido. Nadie recuerda qué fue lo que lo desencadenó todo. Sólo saben que se fue todo al garete en un segundo, que se volvió absurdo… y que ahora todos se sienten idiotas.

— ¿Pero qué coño estamos haciendo?

Porque no era sólo una partida que se fue de las manos. Era una prueba de estrés a escala real. El Monopoly no es un simple juego de mesa. Es una trampa. Una miniatura perfecta de cómo todo se va al carajo en cuanto entra en juego el dinero. Las reglas parecen justas al principio. Pero es mentira. Algunos tienen suerte. Otros se hunden. Y cuanto más dura la partida, peor se pone.

La diversión se evapora. El ambiente se amarga. Y al final ya nadie quiere ganar. Solo quieren que se acabe.

¿Por qué? Porque perder en un sistema que está diseñado para que haya perdedores genera frustración. La rabia se acumula. Las caretas caen. Y hasta la gente más maja empieza a comportarse como un capullo. O algo peor.

¿Y si el Monopoly no fuera un juego…
sino un espejo? Un espejo que nos muestra, con una precisión escalofriante, lo que no funciona en el mundo real.

Frustración. Injusticia. Reglas trucadas.
Y esa ilusión bien vendida de que, si pierdes, es culpa tuya.

Y justo ahí se pone interesante.
Porque eso es exactamente de lo que vamos a hablar ahora.

La verdadera historia del Monopoly : de protesta anticapitalista a icono corporativo

En 1904, una mujer llamada Elizabeth Magie creó un juego de mesa llamado The Landlord’s Game. Su objetivo no era entretener, sino alertar. Las reglas eran sencillas, el mensaje aún más claro : cuando una persona se queda con toda la tierra y la riqueza, todos los demás pierden. No solo en el juego, también en la vida real. Era un manifiesto político en una caja de cartón, diseñado para mostrar cómo la desigualdad económica lo envenena todo.

Magie creía que los juegos podían enseñar. Que si la gente sentía la injusticia del monopolio, quizá empezaría a cuestionar las reglas del propio sistema. Spoiler : tenía razón.

Luego llegaron los Parker Brothers…

Compraron el juego, borraron el nombre de Magie, cambiaron el mensaje y lo pusieron todo patas arriba. En lugar de denunciar los monopolios, lo convirtieron en una oda a la codicia. Hoteles, subidas de alquiler, bancarrotas : ahora todo formaba parte de la diversión. Lo que empezó como una crítica al capitalismo se transformó en un éxito capitalista.

En resumen : el capitalismo no solo absorbió la advertencia. La imprimió a todo color, la metió en una caja… y ganó miles de millones con ella. Eso no es ironía. Es puro negocio.

¿Qué es realmente el capitalismo? (La versión que no te enseñan en la escuela)

El capitalismo es un sistema en el que te dicen que cualquiera puede salir adelante si se esfuerza lo suficiente… mientras todo está pensado para que eso no ocurra. Un sistema donde el éxito depende menos del mérito que de nacer en el lugar correcto, en la familia adecuada y con los contactos adecuados. Y donde quienes ya lo lograron hacen todo lo posible para que los demás nunca puedan subir la escalera.

En el fondo, el capitalismo no va de mérito. Va de extracción. De sacar todo lo posible, de la mayor cantidad de gente posible, durante el mayor tiempo posible. ¿Y cuando ya no es rentable? Se cierra el negocio, se pasa a otra cosa y que otro se encargue del desastre… con dinero público, a poder ser.

Su cara moderna —el capitalismo libertario— lleva esta lógica aún más lejos. Es el egoísmo convertido en virtud. La fantasía del multimillonario hecho a sí mismo que “no le debe nada a nadie” pero aprovecha hasta el último subsidio y desgravación fiscal. Es un juego donde el apoyo colectivo solo se acepta si sirve para aumentar los beneficios privados. Y ayudar a los pobres se ve como debilidad, dependencia o socialismo.

Detrás de los eslóganes de “libertad” y “responsabilidad individual”, se trata de proteger privilegios. Quedarse con los beneficios, esquivar las responsabilidades. Privatizar las ganancias, socializar las pérdidas. Construir imperios con dinero del Estado, pero gritar “dictadura” si alguien propone subir los impuestos o pagar salarios decentes.

Es nihilismo disfrazado de economía. Un sistema al que no le importa a quién rompe, mientras los números sigan subiendo. No piensa en el futuro. Exprime el presente hasta que no queda nada más que sacar.

Y cuando ya ha devorado el medioambiente, destruido los servicios públicos, machacado a los trabajadores y convertido todo en mercancía… se vuelve contra sí mismo. El capitalismo es una máquina autófaga. Cuando ya lo ha consumido todo, empieza a comerse las propias manos.

El capitalismo desenmascarado: por qué los ricos siguen estafándonos

¿Todavía crees que el capitalismo es sinónimo de libertad e innovación? ¿Que los multimillonarios son visionarios valientes que construyen el futuro? Va siendo hora de quitarse la venda de los ojos.

Echemos un vistazo al pasado. George Fitzhugh, un pensador conservador del siglo XIX y defensor abierto de la esclavitud, afirmaba que algunas personas nacen para llevar la silla… y otras para montar. Para él, la libertad era peligrosa: conducía al caos social. Lo que la gente pobre necesitaba, según él, era estructura y control. En otras palabras: el trabajo forzado les daba “seguridad económica y civilización moral”. Así de retorcido.

Luego vino Mussolini. Describió el capitalismo moderno como “supercapitalismo”: un sistema tan obsesionado con el crecimiento que borraba toda individualidad, destruía la diversidad y convertía a las personas en consumidores estandarizados y obedientes. No era una crítica desde la izquierda. Era el fascismo admirando la brutal eficiencia del capitalismo.

¿Y hoy? La misma lógica sigue viva, con multimillonarios que embellecen su imagen gracias a campañas de marketing y comunicación cada vez más eficaces.

Mira a Elon Musk. Se embolsa subvenciones públicas, llena los barrios pobres de emisiones tóxicas con sus centros de datos de IA, y quema más queroseno en un día que la mayoría en toda su vida. Habla de libertad y progreso… pero solo cuando le conviene. ¿Tu aire limpio? ¿Tu opinión? Ni siquiera están en la lista de opciones.

O Charles Koch, el padrino del libertarismo corporativo. Lleva décadas financiando campañas contra la protección del medio ambiente, los derechos laborales y todo lo que huela a regulación. Mientras tanto, expande su imperio gracias a infraestructuras, tierras y contratos públicos financiados por el mismo Estado que dice odiar.

Y luego está George Gilder, predicador del capitalismo de oferta. Según él, la pobreza es consecuencia de la decadencia moral. No de malas políticas. No de injusticia estructural. Solo de un fallo de carácter. Exactamente la misma lógica que justifica todos los recortes crueles que hemos visto pasar.

El capitalismo siempre se las arregla para inventar una historia que lo salve. Una máscara. Un eslogan. Un chivo expiatorio. Pero debajo de todo eso… el mismo juego. Los mismos ganadores. Los mismos perdedores.

Sabes, me atraen automáticamente las mujeres guapas — empiezo a besarlas sin más. Como un imán. Las beso. Ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que quieras. Agarrarlas del coño. Puedes hacer lo que quieras.

Donald Trump: multimillonario, payaso y poeta.

Esto no son anomalías. Es la expresión más pura del capitalismo cuando deja de fingir. Un sistema donde el beneficio es sagrado y las personas son desechables. Donde la ayuda pública se aplaude si alimenta imperios privados, pero se criminaliza en cuanto sirve para que los más pobres sobrevivan.

Si sigues admirando a esa élite de multimillonarios que tratan el mundo como una máquina expendedora y a los pobres como piezas defectuosas, entonces tienes un problema serio. O bien formas parte de los que no sienten nada por los demás, o bien eres de los que aplauden cuando los humillan hasta el fondo. En ambos casos, deberías plantearte hablar con un terapeuta. ¡Cuanto antes, mejor! Gracias de antemano.

El Monopoly es solo capitalismo con dados

El inicio de una partida de Monopoly es como el nacimiento del capitalismo. Todo parece emocionante, justo y lleno de promesas. Todos empiezan con la misma cantidad de dinero, las mismas oportunidades, el mismo sueño : hacerse rico, construir cosas, pasarlo bien. Pero muy pronto, todo se viene abajo.

Algunos jugadores tienen suerte y caen enseguida en los mejores espacios. Otros no paran de pagar alquileres y ven desaparecer su dinero antes siquiera de completar la segunda vuelta.

¿Las reglas ? Técnicamente iguales para todos. Pero, como en la vida real, los ricos saben cómo esquivarlas. Hacen tratos entre ellos, “olvidan” pagar alquiler, manipulan el sistema y nadie los detiene, precisamente porque están ganando.

¿Y la casilla de la cárcel ? No afecta a todos por igual. Si estás sin un duro, es un desastre, te quedas bloqueado y te hundes aún más. Pero si eres rico, es una pausa café. Tres turnos para descansar mientras tus propiedades siguen generando dinero.

En cuanto alguien empieza a construir hoteles, ya está todo perdido para la mayoría. La brecha es demasiado grande, las deudas se acumulan, los jugadores van cayendo uno a uno. No porque hayan jugado mal, sino porque una vez que vas por detrás, el juego no te deja recuperarte.

Y al final, uno solo lo posee todo. No porque haya trabajado más duro. Ni porque fuera más listo. Solo porque tomó la delantera desde el principio y el sistema se encargó de que su dominio creciera sin parar. ¿Te suena ?

Cuando el juego deja de divertir (y empieza a parecer una revolución)

El final de una partida de Monopoly ya no tiene nada de divertido. Ni siquiera para los supuestos ganadores. Los perdedores están sin un céntimo, llenos de rencor, y a veces hacen trampas solo para aguantar una ronda más. Los ganadores también acaban haciendo trampas. Al principio por diversión, luego simplemente porque pueden. El poder se les sube a la cabeza. Y hasta ese subidón termina por apagarse.

El juego se ralentiza. Los turnos se vacían. Se cobra alquiler sin alegría. Lo que parecía emocionante se vuelve aburrido, amargo y absurdo. Hasta que alguien lanza el tablero por los aires.

No es una rabieta. Es un punto de ruptura. Es lo que pasa cuando incluso los de arriba dejan de divertirse.

Y es exactamente ahí donde estamos con el capitalismo. Empezó con promesas. Hablaba de libertad. Libertad para elegir, para crecer, para construir. Y durante un tiempo, cumplió. Pero esa libertad venía con condiciones. El capitalismo nunca fue diseñado para el bien común. Siempre usó el liberalismo como herramienta de control. Vendía la ilusión de elección mientras quitaba silenciosamente el poder real. Mientras las desigualdades eran contenidas, la ilusión funcionaba. Pero hoy, la brecha es imposible de ignorar. Millones de personas quedan fuera, desplazadas, aplastadas… Y la máscara cae.

Luego llega la violencia. Porque el capitalismo no debate. Reprime. Cuando se exige justicia, la respuesta es que cuesta demasiado. Cuando se protesta, se nos convierte en una amenaza. Y cuando se resiste, se aplasta. Con leyes. Con policía. Con guerras.

No es un accidente. El capitalismo se lleva perfectamente con el fascismo. De hecho, se alimenta de él. Los regímenes autoritarios garantizan “estabilidad”. Las guerras generan beneficios. Las crisis crean nuevos mercados. Nada de eso es un fallo. Es solo otro ciclo del sistema.

El capitalismo no tiene moral. No le importa a quién destruye, mientras alguien saque provecho. Y cuando lo ha devorado todo a su alrededor, no colapsa. Se adapta. Se repliega. Y acaba devorándose a sí mismo.

El problema no es el dinero. Es el poder sin límites. Y este sistema, vendido como la gran máquina de la libertad, nos ha llevado directo a un callejón sin salida. Si seguimos así, el mejor de los escenarios es agotamiento colectivo y colapso ecológico. El peor: violencia autoritaria, crisis permanente y la pérdida de todo lo que da sentido a la vida.

Hay que dejar de creer que este sistema solo necesita reiniciarse o mejores líderes. Capitalismo, comunismo, autoritarismo: los tres han fracasado. Lo que necesitamos ahora no es un parche. Es un cambio radical. Un cuarto camino. Uno que ponga a las personas, la naturaleza y el sentido común en el centro. Y que termine, de una vez por todas, con el beneficio a cualquier precio. Porque no hay un Planeta B. No hay una sociedad de repuesto. No hay salida de emergencia. Solo estamos nosotros. Aquí. Ahora.

Salir del Monopoly: ¿qué viene después del capitalismo?

¿Y si esa fuera la verdadera pregunta? En lugar de empujar esta partida global de Monopoly hasta su colapso final, ¿y si simplemente decidiéramos detenerla? ¿Y si eligiéramos construir algo distinto en lugar de intentar pegar otra vez los pedazos de un sistema roto desde su origen?

Aquí, en NovaFuture, no estamos para quejarnos sin ofrecer alternativas. Estamos aquí para imaginar, y sobre todo para construir un futuro mejor basado en valores reales. Un futuro donde la Bolsa ya no sea un casino global, donde la guerra y la pobreza dejen de utilizarse como herramientas económicas, y donde nadie sea considerado prescindible.

En las próximas publicaciones vamos a profundizar en ideas. Reales. Audaces. Algunas sencillas, otras más experimentales. Pero todas impulsadas por la misma convicción : podemos hacerlo mucho mejor que ser esclavos del dinero.

Y si esto te resuena, que sepas que ya existe un foro para compartir ideas, proponer soluciones y construir colectivamente. Está abierto a todo el mundo. Es gratuito, sin publicidad, sin rastreo, y a años luz del pantano tóxico de las redes sociales tradicionales. Registrarse lleva solo 20 segundos. ¡Y ya estás dentro! 🙂

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